Un giro de 360 grados.
El círculo se abrió a finales de julio cuando acompañamos a mi hija a un ”pop-up” de su marca de ropa en un lugar que se llamaba La Retorno, en el centro de la ciudad. Curioso el término “pop-up” porque ha evolucionado desde un material impreso publicitario temporal de piso o de mostrador, pasando por esas molestas ventanas emergentes que se abren sin aviso sobre un sitio web promocionando algún producto hasta llegar a una venta especial donde el creador de sus productos se apersona en un lugar en particular para motivar y enriquecer la venta de su propuesta, como fue el caso de este círculo que se abrió ese día.
Ahí estábamos muy a gusto disfrutando del lugar, la calidez de los anfitriones, la compañía de casi toda la familia y conociendo propuestas nuevas cuando vi que tenían una habitación muy bonita para la venta de libros (nuevos y usados) casi siempre llena de gente porque era la única con aire acondicionado, así que entré para curiosear y tomar un poco el fresco. Tenían una máquina de escribir Olivetti de los ochentas por lo que primero me entretuve explicándole a mi otra hija (la pequeña) el funcionamiento de tan extraña máquina para ella, la cinta tenía tinta así que rebusqué en mi cartera encontrando un pequeño papel para que pudiera escribir algo y conocer su funcionamiento. Obviamente no alcanzó y fui a robarme algunas invitaciones para que ella pudiera practicar un poco más. Fascinada la niña y más mi madre que la hizo recordar esa etapa de la vida cuando no existían las computadoras y la taquimecanografía era uno de los oficios más valorados en una oficina. Hasta se estudiaba para eso.
Regresando a los libros, había un poco de todo y como siempre pasa, me sale lo diseñador y me dejo llevar por las portadas. No siempre es buena idea, pero en esta ocasión sí que lo fue. Me llamó la atención uno que tenía en la portada el retrato de una mujer muy bonita que, aunque estaba en sepia, la fotografía dejaba apreciar unos ojos claros que veían directamente a la cámara. Te atrapaban porque sí. “La mujer que nació tres veces” de Sandra Frid, la historia novelada de Carmen Mondragón o Nahui Olin como la rebautizó su amante el Dr. Atl. Leí la reseña, la dedicatoria de la autora y me intrigó porque hasta ese momento no tenía ni la más remota idea de quién era Nahui Olin. Intuición de lector creo yo. Pero dudé y lo devolví al estante pensando que era muy temprano todavía y que cuando nos fuéramos regresaba por él. A media jornada pasé otra vez por ahí y ya no lo vi, ni modo, no era para mí pensé, pero después, ahora sí cuando ya nos íbamos y de casualidad, otra vez tomando el fresco de la habitación, lo vi otra vez. Ya no dudé y me fui a la caja a pagar. “Aaayyy, ese libro ya está vendido, qué pena”, me dijo Daniela la propietaria, pero la negativa duró muy poco porque decidió regalármelo e inventarle un pretexto a la otra persona. Ni una ni otra, le propuse que me lo prestara prometiendo solemnemente devolvérselo pronto, de todas maneras leo rápido le dije. Confianza entre lectores supongo.
Lo leí o más bien lo devoré en cinco días y la lectura la aderecé con infinidad de búsquedas en internet sobre los personajes, los lugares, los hechos y la obra de Nahui Olin, quien resultó ser una de las mujeres escritoras, poeta, musa, modelo y pintora más disruptivas de la sociedad y el arte del México de los veintes, treintas y cuarentas del siglo pasado. No les cuento más porque vale la pena que lo descubran por su propia cuenta, es una historia que tuvo de todo y sólo les adelanto el triste final de esta mujer que murió a los 85 años y conocida como “la loca de la Alameda” por su estrafalaria y grotesca apariencia además de su rutina diaria de alimentar con menudencias de pollo a un séquito fiel de gatos callejeros sentada en una banca del parque. Intrigado por su desangelado final busqué un poco más de información y por ahí leí que uno de los pocos que todavía la visitaba en sus últimos años era un amigo suyo, el Dr. Raoul Fournier Villada, quien además de platicar con ella la revisaba y le daba consejos que nunca seguía. Supongo que la charla era la mejor medicina que le podía dar. Ella, agradecida de su tiempo y atenciones le regaló un cuadro suyo de título “El Panteón”, una de tantas obras que todavía tenía junto con fotografías de sus desnudos o poemas suyos que conservaba de su época de gloria y que vendía de vez en cuando en las calles para juntar un poco de dinero para comer o comprarles pellejos a sus gatos.
Investigué un poco más sobre este doctor, quien por cierto tiene el apellido de un gran amigo mío al que le quiero preguntar si fue su pariente, y resulta que fue tío de Elena Poniatowska y creo que su padrino también. Él fue esposo de su tía Carolina Amor, hermana de Pita Amor y prima hermana de su mamá. Este tío padrino, le regala o vende el cuadro que les mencioné a Elena Poniatowska, que resulta que está en medio de un pleito legal entre ella y el INBAL, porque se lo prestó al Museo Casa Estudio “Diego Rivera y Frida Kahlo” para la muestra “Nahui Olin. Una mujer de los tiempos modernos” en 1992 y nunca se lo regresaron, aunque ellos dicen que lo recibió su hija Paula junto con otros documentos, pero la cosa es que hasta el momento el cuadro no aparece. Siguiéndole la pista al cuadro me entero de otro escándalo a raíz de la publicación de la última novela de Elena Poniatowska “El amante polaco” en el que ella, en ese juego literario que les encanta a los escritores, se pone pero no evidentemente como un personaje de su historia como una escritora joven que es violada por “El maestro” y producto de esa agresión nace su primer hijo. Todo estaba en el mundo de la ficción novelada hasta que la familia del verdadera “Maestro” inició un debate a base de comunicados de prensa porque se sintió aludida por la novela y por el secreto a voces en el mundo literario desde los años cincuenta del siglo pasado de que efectivamente el primer hijo de Elena Poniatowska era de Juan José Arreola alias “El maestro”, quien nunca lo conoció ni vio por él. Elena Poniatowska lo tuvo en un convento en Roma y fue reconocido por su futuro esposo y padre de sus otros dos hijos, el astrónomo Guillermo Haro Barraza.
Al leer sobre Elena Poniatowska inevitablemente llegamos al libro “La noche de Tlatelolco”, sobre la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968 (año en que nací) en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Ella cuenta que una amiga le avisó en la tarde que fuera, Elena ya era periodista, porque algo muy grave estaba pasando y que estaban matando a muchas personas. Mi mama estuvo ahí junto con mi hermana de 11 meses y conmigo en su panza, dice que lo vio todo y nos salvamos de milagro escondidos en una jardinera. Elena Poniatowska no pudo ir ese mismo día porque estaba amamantando a su segundo hijo, Felipe, pero si fue muy temprano al otro día y lo que se encontró (muchos zapatos tirados y charcos de sangre por toda la explanada) fue el detonante de lo que se convertiría en ese libro que yo creo fue su primer gran libro por su crudeza y la valentía de publicarlo en 1971, cuando todo estaba todavía muy fresco, hasta el pánico de los sobrevivientes. Dos años pasaron y en 1970 Elena tuvo a Paula.
Paula, mucho después vino a vivir a Mérida donde en 2008, junto con su esposo el cineasta Lorenzo Hagerman, abrió La68 y la Casa de Cultura Elena Poniatowska en una casona del centro sobre la Calle 68. Un lugar que buscaba ser una alternativa cultural para disfrutar del trabajo de documentalistas y cineastas mexicanos y extranjeros que jamás verías en las grandes cadenas de cines comerciales. El gustó duró ocho años y en 2015 cerraron ya cansados y desilusionados por los altos costos operativos combinados con la indiferencia de la gente, quizá en otro momento y en otra ciudad todo hubiera sido diferente, a saber. El lugar tenía un restaurante, una tienda de artesanías y dos salas de cine. Cinco años después, poquito antes de la pandemia, Daniela (la del libro) y Scott (su esposo) la reabren y le agregan La Retorno, la tienda y ropería donde mi hija vendía su marca de ropa. Vendía porque este 2023 dejó de operar. Siempre estuvieron a contracorriente y como que se repitió la historia de Paula y Lorenzo además de una pandemia mundial que les obligó a cerrar sólo unos meses después de inaugurar. Era un lugar de verdad increíble que nunca llegó a llegar, lo intentaron conforme la pandemia se iba diluyendo, pero no lo lograron, otra vez los costos mezclados con la apatía del mercado.
Aquí se cierra el círculo y si les quedó la duda, sí, le regresé el libro a Daniela. Lealtad entre lectores será.
Ahí estábamos muy a gusto disfrutando del lugar, la calidez de los anfitriones, la compañía de casi toda la familia y conociendo propuestas nuevas cuando vi que tenían una habitación muy bonita para la venta de libros (nuevos y usados) casi siempre llena de gente porque era la única con aire acondicionado, así que entré para curiosear y tomar un poco el fresco. Tenían una máquina de escribir Olivetti de los ochentas por lo que primero me entretuve explicándole a mi otra hija (la pequeña) el funcionamiento de tan extraña máquina para ella, la cinta tenía tinta así que rebusqué en mi cartera encontrando un pequeño papel para que pudiera escribir algo y conocer su funcionamiento. Obviamente no alcanzó y fui a robarme algunas invitaciones para que ella pudiera practicar un poco más. Fascinada la niña y más mi madre que la hizo recordar esa etapa de la vida cuando no existían las computadoras y la taquimecanografía era uno de los oficios más valorados en una oficina. Hasta se estudiaba para eso.
Regresando a los libros, había un poco de todo y como siempre pasa, me sale lo diseñador y me dejo llevar por las portadas. No siempre es buena idea, pero en esta ocasión sí que lo fue. Me llamó la atención uno que tenía en la portada el retrato de una mujer muy bonita que, aunque estaba en sepia, la fotografía dejaba apreciar unos ojos claros que veían directamente a la cámara. Te atrapaban porque sí. “La mujer que nació tres veces” de Sandra Frid, la historia novelada de Carmen Mondragón o Nahui Olin como la rebautizó su amante el Dr. Atl. Leí la reseña, la dedicatoria de la autora y me intrigó porque hasta ese momento no tenía ni la más remota idea de quién era Nahui Olin. Intuición de lector creo yo. Pero dudé y lo devolví al estante pensando que era muy temprano todavía y que cuando nos fuéramos regresaba por él. A media jornada pasé otra vez por ahí y ya no lo vi, ni modo, no era para mí pensé, pero después, ahora sí cuando ya nos íbamos y de casualidad, otra vez tomando el fresco de la habitación, lo vi otra vez. Ya no dudé y me fui a la caja a pagar. “Aaayyy, ese libro ya está vendido, qué pena”, me dijo Daniela la propietaria, pero la negativa duró muy poco porque decidió regalármelo e inventarle un pretexto a la otra persona. Ni una ni otra, le propuse que me lo prestara prometiendo solemnemente devolvérselo pronto, de todas maneras leo rápido le dije. Confianza entre lectores supongo.
Lo leí o más bien lo devoré en cinco días y la lectura la aderecé con infinidad de búsquedas en internet sobre los personajes, los lugares, los hechos y la obra de Nahui Olin, quien resultó ser una de las mujeres escritoras, poeta, musa, modelo y pintora más disruptivas de la sociedad y el arte del México de los veintes, treintas y cuarentas del siglo pasado. No les cuento más porque vale la pena que lo descubran por su propia cuenta, es una historia que tuvo de todo y sólo les adelanto el triste final de esta mujer que murió a los 85 años y conocida como “la loca de la Alameda” por su estrafalaria y grotesca apariencia además de su rutina diaria de alimentar con menudencias de pollo a un séquito fiel de gatos callejeros sentada en una banca del parque. Intrigado por su desangelado final busqué un poco más de información y por ahí leí que uno de los pocos que todavía la visitaba en sus últimos años era un amigo suyo, el Dr. Raoul Fournier Villada, quien además de platicar con ella la revisaba y le daba consejos que nunca seguía. Supongo que la charla era la mejor medicina que le podía dar. Ella, agradecida de su tiempo y atenciones le regaló un cuadro suyo de título “El Panteón”, una de tantas obras que todavía tenía junto con fotografías de sus desnudos o poemas suyos que conservaba de su época de gloria y que vendía de vez en cuando en las calles para juntar un poco de dinero para comer o comprarles pellejos a sus gatos.
Investigué un poco más sobre este doctor, quien por cierto tiene el apellido de un gran amigo mío al que le quiero preguntar si fue su pariente, y resulta que fue tío de Elena Poniatowska y creo que su padrino también. Él fue esposo de su tía Carolina Amor, hermana de Pita Amor y prima hermana de su mamá. Este tío padrino, le regala o vende el cuadro que les mencioné a Elena Poniatowska, que resulta que está en medio de un pleito legal entre ella y el INBAL, porque se lo prestó al Museo Casa Estudio “Diego Rivera y Frida Kahlo” para la muestra “Nahui Olin. Una mujer de los tiempos modernos” en 1992 y nunca se lo regresaron, aunque ellos dicen que lo recibió su hija Paula junto con otros documentos, pero la cosa es que hasta el momento el cuadro no aparece. Siguiéndole la pista al cuadro me entero de otro escándalo a raíz de la publicación de la última novela de Elena Poniatowska “El amante polaco” en el que ella, en ese juego literario que les encanta a los escritores, se pone pero no evidentemente como un personaje de su historia como una escritora joven que es violada por “El maestro” y producto de esa agresión nace su primer hijo. Todo estaba en el mundo de la ficción novelada hasta que la familia del verdadera “Maestro” inició un debate a base de comunicados de prensa porque se sintió aludida por la novela y por el secreto a voces en el mundo literario desde los años cincuenta del siglo pasado de que efectivamente el primer hijo de Elena Poniatowska era de Juan José Arreola alias “El maestro”, quien nunca lo conoció ni vio por él. Elena Poniatowska lo tuvo en un convento en Roma y fue reconocido por su futuro esposo y padre de sus otros dos hijos, el astrónomo Guillermo Haro Barraza.
Al leer sobre Elena Poniatowska inevitablemente llegamos al libro “La noche de Tlatelolco”, sobre la matanza de estudiantes el 2 de octubre de 1968 (año en que nací) en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Ella cuenta que una amiga le avisó en la tarde que fuera, Elena ya era periodista, porque algo muy grave estaba pasando y que estaban matando a muchas personas. Mi mama estuvo ahí junto con mi hermana de 11 meses y conmigo en su panza, dice que lo vio todo y nos salvamos de milagro escondidos en una jardinera. Elena Poniatowska no pudo ir ese mismo día porque estaba amamantando a su segundo hijo, Felipe, pero si fue muy temprano al otro día y lo que se encontró (muchos zapatos tirados y charcos de sangre por toda la explanada) fue el detonante de lo que se convertiría en ese libro que yo creo fue su primer gran libro por su crudeza y la valentía de publicarlo en 1971, cuando todo estaba todavía muy fresco, hasta el pánico de los sobrevivientes. Dos años pasaron y en 1970 Elena tuvo a Paula.
Paula, mucho después vino a vivir a Mérida donde en 2008, junto con su esposo el cineasta Lorenzo Hagerman, abrió La68 y la Casa de Cultura Elena Poniatowska en una casona del centro sobre la Calle 68. Un lugar que buscaba ser una alternativa cultural para disfrutar del trabajo de documentalistas y cineastas mexicanos y extranjeros que jamás verías en las grandes cadenas de cines comerciales. El gustó duró ocho años y en 2015 cerraron ya cansados y desilusionados por los altos costos operativos combinados con la indiferencia de la gente, quizá en otro momento y en otra ciudad todo hubiera sido diferente, a saber. El lugar tenía un restaurante, una tienda de artesanías y dos salas de cine. Cinco años después, poquito antes de la pandemia, Daniela (la del libro) y Scott (su esposo) la reabren y le agregan La Retorno, la tienda y ropería donde mi hija vendía su marca de ropa. Vendía porque este 2023 dejó de operar. Siempre estuvieron a contracorriente y como que se repitió la historia de Paula y Lorenzo además de una pandemia mundial que les obligó a cerrar sólo unos meses después de inaugurar. Era un lugar de verdad increíble que nunca llegó a llegar, lo intentaron conforme la pandemia se iba diluyendo, pero no lo lograron, otra vez los costos mezclados con la apatía del mercado.
Aquí se cierra el círculo y si les quedó la duda, sí, le regresé el libro a Daniela. Lealtad entre lectores será.