Que regresen los árboles

La semana empezó con un lunes muy caliente, literalmente. A las tres de la tarde el termómetro marcaba 48 grados con una sensación térmica de 54, nada raro en esta ciudad y en este mes, pero aun así no dejaba de sorprender. Sin embargo, las noticias se enfocaban en otro tema: los árboles de toda la ciudad se estaban secando. Al principio parecía su proceso normal en el que se deshojan previo a las lluvias, pero algunos expertos notaron que aún a aquellos árboles que se regaban siempre o que tenían acceso a aguas subterráneas les pasaba lo mismo y no sabían por qué. La gente no les prestaba mucha atención ocupados en sufrir los calores y sentir como si la ciudad se estuviera quemando. Los sarcásticos aprovechaban la ocasión para burlarse de las campañas que promovían la ciudad como una de las de más alta plusvalía y seguras del país, si, decían, aquí seguro te quemas, y los optimistas bendecían este calor porque lo veían como el filtro demográfico perfecto.

Días después y en sus intentos de encontrar respuestas, los medios hicieron eco de una entrevista que le hicieron a la anciana Facunda, una campesina nonagenaria que daba su versión del misterio de los árboles. “Se están yendo”, dijo, “ya se cansaron de tanto maltrato y se van antes de que acaben con ellos, después regresan”. “¿Pero a dónde Doña Facunda, si los árboles no caminan y cuándo regresarían?”, le preguntaban. La vieja callaba, sonreía y con sus ojitos pícaros contestaba que no sabía, “mi bisabuela nos contaba sobre una leyenda muy antigua que decía que esto pasaba de vez en vez, ya sea porque los árboles se cansaban o se sentían amenazados o se guardaban anticipándose a un drástico cambio climático, pero que siempre regresaban y que no nos preocupáramos”. La reportera no sabía si creerle, la veía tan contenta y serena, sin embargo, la anciana daba a entender que este viaje podía durar mucho tiempo, siglos tal vez. La reportera investigó y confirmó que pasaba los mismo en todo el mundo, sobre todo en las ciudades o más bien, en cualquier lugar donde hubiera personas. Pareciera que los árboles nos estuvieran evitando porque incluso los recién sembrados morían. Se lo comenté a Doña Facunda y otra vez, con esa carita que cada vez quería más me decía: “Ay mijita, pues claro que es en todas partes, si los árboles se comunican de formas que ni te imaginas, todos forman parte de la Pachamama o la Madre Tierra como decía mi bisabuela, se ponen de acuerdo y se protegen para el siguiente ciclo de vida, y no sirve de mucho que siembren arbolitos nuevos porque son los viejos y grandes quienes los cuidan y ayudan. Cuando ustedes talan un árbol de estos el daño es enorme porque afectan también a los más jóvenes y chiquitos. Son como una familia, los pequeños necesitan la guía, el cariño y la protección de los grandes, ¿qué bonito no?”.

Los científicos daban su versión que era igual o peor que la de Doña Facunda: la ciudad y sus alrededores estaban en un proceso de desertificación. Y al parecer tenían razón porque cumplíamos con todos los requisitos: clima semiárido con sequías estacionales, tierras pobres y erosionadas, deforestación, incendios forestales, abandono de terrenos productivos, explotación irresponsable del agua, contaminación de los acuíferos y crecimiento urbano desordenado. Pareciera que lo único realmente sustentable que podríamos hacer era irnos de este planeta porque si fuera árbol, haría lo mismo que decía la bisabuela de la anciana y me iría lo más lejos posible de las ciudades.

Pensaba en todo esto mientras esperaba a que comenzara la reunión a la que me habían invitado, una de tantas que organizaban para explicar “El Acuerdo de los 12”. Ya medio sabía algo porque estaba en todos lados, pero ahora nos tocaba a los pequeños empresarios recibir la información de primera mano. Al parecer el problema era que no se ponían de acuerdo todas las partes para llevarlo a la práctica. Qué raro, ese ha sido el problema desde siempre, cada quien jalando para su lado. En fin, mientras empezaba la junta y para hacer tiempo le hice plática a mi vecino:

- ¿Qué crees que esté pasando con los árboles?

- No sé, pero es una maravilla ¿no crees?, son tan molestos, tirando hojas todo el tiempo, atrayendo pájaros cagones, levantando banquetas, siempre con el riesgo de que te caiga una rama encima o de causar un corto circuito en los cables de alta tensión. Por mí no hay problema y eso de que dan sombra y refrescan la ciudad me tiene sin cuidado, de todas maneras yo estoy en aire acondicionado todo el día, ya sea en mi coche, en el trabajo o en la casa.

Afortunadamente alguien lo llamó y ya no le contesté, se hubiera puesto un poco violenta la situación. Volteé hacia otro lado y presté atención a lo que platicaban otras dos empresarias.

- ¿Para que quieres saber qué pasó?, de todas maneras él ya no está, si quieres recordarlo como la buena persona que fue contigo así déjalo, darte mi versión de la historia podría ser hasta injusto porque ya no puede defenderse o replicar.

- No importa, quiero saberlo. Tú nunca has dicho nada al respecto y ya son muchos años desde que se distanciaron o se enojaron.

- Bueno, si tanto insistes. Creo que mi error fueron las expectativas que yo misma me creé hacia él que terminaron en decepción cuando lo conocí más durante los meses que trabajamos juntos. No lo juzgo e incluso llegamos a ser muy buenos amigos, pero fue muy triste para mí descubrir esa faceta suya medio abusiva y farsante de querer siempre querer sacar ventaja para él y aparentar lo que no era. Desde afuera no se veía, pero ya trabajando en la misma oficina lo vi clarito, y no nos enojamos, sólo me eché para atrás y rápidamente me salí de ahí porque ya no sólo me estaba costando tiempo y dinero sino también mala fama, tenía problemas previos con varios clientes y me mandaba a mí a arreglarlos. Seguí mi vida y no le di mayor importancia, pero a los pocos meses me empezaron a llegar comentarios y quejas de otras personas que habían pasado por lo mismo. Él era encantador, simpático, divertido, creativo y muy buen vendedor, pero al final era pura forma sin contenido.

- ¿Estamos hablando de la misma persona?, me cuesta trabajo creerte.

- Mira, aprendió de sus errores y cambió, no lo sé, pero esa fue mi experiencia. Te repito, yo no me di cuenta hasta que estuvimos juntos en la misma oficina todo el día durante varias semanas.

Entra uno de los organizadores y nos dice que ya en cinco minutos empieza la presentación. Estaba bueno el chisme pero ya no me atreví preguntar de quién hablaban, así que ahora enfoco mi oreja hacia los que tengo enfrente que creo hablan de un libro súper interesante que alguien ya me había recomendado.

- La historia buenísima, estoy en la parte donde le pregunta que cómo se puede enamorar de él si se han visto, ¿qué?, 6 veces y no más de 10 minutos cada vez, ¡o sea!, por más que la conexión cósmica y eso le cuesta trabajo creerle. Entonces ella le contesta que no le importan sus dudas, se queda tranquila sabiendo que coincidieron nuevamente en esta vida y que si él no está preparado ya será en la siguiente cuando se vuelvan a encontrar.

- ¿Quién te recomendó el libro?

- Sigo a una reportera maravillosa que lo mencionó en una publicación, su área es ecología o algo así, pero alguien le prestó el libro, lo leyó y le encantó.

- ¿Aquella que publicó un reportaje sobre el bien común junto con un profesor universitario?

- Esa mera.

Entra todo el equipo de expositores, empezó la junta, nos explicaron todo detalladamente, pasan las horas, muchas preguntas, nada de acuerdos y la actitud de la mayoría era de escepticismo porque nos decían que para que funcionara se necesitaba de la participación de todos, pero voluntaria no obligatoria. “¿Por qué no sólo hacen una ley y la aplican?”, preguntó alguien, “porque no hay tiempo”, contestó el expositor, mientras cada congreso nacional se pone de acuerdo pueden pasar años y la situación es urgente. Pusieron de ejemplo el tema de los árboles y que van a seguir pasando cosas así porque ya llegamos a un punto de no retorno y no sabemos si la misma naturaleza ya perdió su propia capacidad o interés de recuperarse. “¿Entonces qué sentido tenía todo esto si era una causa perdida?”, preguntó otra asistente, “eso no lo sabemos todavía, tenemos que intentarlo”, contestó otro de los expositores, “de todas maneras no tenemos otro planeta”.

Terminó la junta, no todos firmaron el acuerdo (yo sí) y los que no, se comprometieron a revisarlo para dar una respuesta la siguiente semana. “Algo es algo”, murmuró una de las expositoras.

Pasaron las semanas, llegó la temporada de lluvias, inusualmente breve y esporádica, y los árboles seguían secándose. Con ellos se fueron también los pájaros, los murciélagos, las ardillas y las abejas, la poca tierra que había se secó y erosionó todavía más porque el viento se la llevaba. Los días eran muy calientes y las noches más frías, como en el desierto. Se intentó un programa masivo de riego que sólo provocó que bajaran aún más los niveles de agua, ya de por sí pobres y contaminados. Como un experto explicaba: “sin árboles, el micro clima de la ciudad ha cambiado y el ciclo del agua también, menos árboles significaba menos agua”. Dejó de ser sólo un problema de hojas secas y falta de sombra. Recordé a mi vecino en la junta que seguramente estaría en su búnker climatizado ajeno e indiferente a lo que pasaba afuera.

“Ya pasó antes”, decía Doña Facunda, “no se espanten, algún día regresarán y todo volverá a ser verde, fresco y bonito”.


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Esta historia fue inspirada por el árbol de mi esquina que está en proceso de tala por parte del Ayuntamiento de Mérida, un árbol de más de 50 años calculamos, ubicado en la Calle 49-C esquina con 42 del Fracc. Francisco de Montejo:
https://goo.gl/maps/HYjhu2ahohm4obiBA


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Este escrito forma parte de una historia que se está creando sobre la marcha, los demás escritos los puedes leer en los siguientes vínculos si quieres entender mejor la trama completa:

01 / “Nunca se supo”

02 / “Dos para llevar”

03 / “La luna no existe”

04 / “El bien común”

05 / “¿Lista para el Covid-25?”

06 / "Que regresen los árboles"